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La región Norte constituyó la puerta de entrada de la Orden cisterciense en Portugal durante la primera mitad del s. XII, siendo la abadía de São João de Tarouca, al sur del Duero, la primera en adoptar, de forma estable, la nueva obediencia a la Orden, en 1144. Portugal tuvo una participación activa en el éxito de este extraordinario movimiento espiritual y económico de dimensión europea, cuyos monasterios se sucedieron en todo el territorio durante los siglos XII y XIII.

La Orden incorporó amplios dominios patrimoniales distribuidos por las regiones en las que se instalaba, desempeñando un papel civilizador entre las poblaciones, legado de patrimonio y cultura que hoy redescubrimos. En la austeridad y sencillez que los caracterizan, los edificios monásticos entonces construidos exhiben soluciones arquitectónicas innovadoras que también marcan el paso del estilo románico al gótico.

En el s. XVIII muchos de los monasterios se amplían y renuevan, abriéndose al movimiento barroco que invade el interior de sus iglesias y, en algunos casos, añade elementos decorativos en las fachadas, aunque retirándole a veces la pureza primitiva. Un conjunto importante de monasterios se distribuyó en dos núcleos geográficos principales: uno, se encuentra en la región del Alto Miño, junto a las cuencas de los grandes ríos Miño, Lima y Cávado, penetrando hasta el interior de la Sierra de Gerês; otro, en la región al sur del Duero acompaña de cerca el recorrido de este río, desde el litoral hasta la frontera con España, al este.

Para quien le apasione conocer el pasado milenario, o para el amante de paisajes, estos dos recorridos le muestran escenarios con los que nunca ha soñado.